miércoles, 6 de marzo de 2013

UN HECHO REAL viaje sagrado atraves del cancer


Se dice comúnmente que “Dios no te da nada que no puedas soportar”. He llegado a un punto en mi fe donde no creo que Dios nos da dificultades, ni tampoco creo que Dios es selectivo con su gracia. Sin embargo, coincido con la Madre Teresa, quien dijo: “Yo sé que Dios confía en mí, mas me gustaría que no confiara tanto”.
Hace dos años, me fue descubierto un tumor canceroso en el cuello. La noticia me chocó y provocó miles de preguntas, no sólo sobre cuál sería el mejor tratamiento, sino también lo que significaría para mi futuro. El tumor fue extirpado mediante una operación extensa. Sin embargo, era un tipo de cáncer agresivo y el equipo médico recomendó siete semanas de radiación y quimioterapia. La experiencia fue dura, ardua y extenuante.
Mientras estaba en tratamiento, decidí no interpretar el significado de la experiencia. Sentí que era mejor permanecer en el momento, sin importar lo desagradable que fuera. ¡Te aseguro que no fue una tarea fácil! Sin embargo, con el tiempo, aprendí tres lecciones. En primer lugar, me quedé sorprendido por el nivel de apoyo y aliento que recibí de familiares, amigos y mi pareja, Cheryl. Diariamente, recibía llamadas, correos electrónicos y tarjetas. Esta generosidad de espíritu hizo que evaluara la imagen que tenía de mí mismo.
Al igual que mucha gente, he pasado momentos en los que sentí que no era “lo suficientemente bueno”. Pensé que tal vez si escribiera otro libro, tuviera más dinero o un título de más prestigio, ería señal de que finalmente era exitoso. Sin embargo, el sufrimiento del tratamiento produjo una profunda bendición. Empecé a aceptarme y a amarme verdaderamente tal y como yo era, a pesar de mis errores, fracasos e idiosincrasia. Reconocí que ya era lo suficientemente bueno.
La segunda lección se hizo evidente varias semanas después que finalicé el tratamiento. Me dijeron que mi recuperación estaba yendo bien, pero a mí me parecía demasiado lenta. Me preguntaba: “¿Cuándo me sentiré normal?” El proceso de sanación me ayudó a recordar lo que estaba dentro de mi control y fuera de él. Con la quimioterapia y radiación, las células buenas de la sangre son destruidas junto con las malas. Un tsunami interno se había generado en mi cuerpo. Era necesaria mucha reparación, limpieza y sanación. Necesité de siestas frecuentes para renovar mi energía. Sin embargo, este ritmo más lento me llevó a ser más atento y agradecido. En medio de una siesta, ¡a menudo recibía una idea creativa!
Gracias al apoyo de mis amigos, quienes me decían que me veía bien, deseaba volverme más fuerte y enérgico. Los médicos me dijeron que el sentirme mejor podría tomar meses o aún más tiempo. Así que mi segunda lección fue la paciencia. Ser paciente es dejar de lado los plazos autoimpuestos. Me di cuenta de que tenía que dejar ir mi expectativa de lo que “debía” suceder y cuándo. La paciencia es la forma más saludable de experimentar el desarrollo de nuestras vidas. Nos enseña que no importa cómo nos sorprenda la vida, con lo bueno y lo no tan bueno, tenemos la capacidad y el espíritu para manejarlo.
Mi tercera lección apareció cerca del cuarto mes de mi recuperación. Yo sabía que mi pronóstico era bueno. Estaba cada vez más fuerte y tenía todas las razones para ser optimista y pensar que tenía muchos años de vida ante mí. Mas algo en mí dijo: ¡No estás aquí para marcar tiempo! En cada uno de nosotros mora una fuerza, un espíritu que desea surgir. Es el deseo de crear, de participar con valentía en la vida. Decidí valorar mi vida y no permitir que la negatividad me arrebatara mi imaginación y mis sueños.
SIEMPRE UNIDOS EN EL AMOR, LA LUZ Y LA FE
NAMASTÉ

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