Se dice
comúnmente que “Dios no te da nada que no puedas soportar”. He llegado a un
punto en mi fe donde no creo que Dios nos da dificultades, ni tampoco creo que
Dios es selectivo con su gracia. Sin embargo, coincido con la Madre Teresa,
quien dijo: “Yo sé que Dios confía en mí, mas me gustaría que no confiara
tanto”.
Hace dos
años, me fue descubierto un tumor canceroso en el cuello. La noticia me chocó y
provocó miles de preguntas, no sólo sobre cuál sería el mejor tratamiento, sino
también lo que significaría para mi futuro. El tumor fue extirpado mediante una
operación extensa. Sin embargo, era un tipo de cáncer agresivo y el equipo
médico recomendó siete semanas de radiación y quimioterapia. La experiencia fue
dura, ardua y extenuante.
Mientras
estaba en tratamiento, decidí no interpretar el significado de la experiencia.
Sentí que era mejor permanecer en el momento, sin importar lo desagradable que
fuera. ¡Te aseguro que no fue una tarea fácil! Sin embargo, con el tiempo,
aprendí tres lecciones. En primer lugar, me quedé sorprendido por el nivel de
apoyo y aliento que recibí de familiares, amigos y mi pareja, Cheryl.
Diariamente, recibía llamadas, correos electrónicos y tarjetas. Esta
generosidad de espíritu hizo que evaluara la imagen que tenía de mí mismo.
Al igual que
mucha gente, he pasado momentos en los que sentí que no era “lo suficientemente
bueno”. Pensé que tal vez si escribiera otro libro, tuviera más dinero o un
título de más prestigio, ería señal de que finalmente era exitoso. Sin embargo,
el sufrimiento del tratamiento produjo una profunda bendición. Empecé a
aceptarme y a amarme verdaderamente tal y como yo era, a pesar de mis errores,
fracasos e idiosincrasia. Reconocí que ya era lo suficientemente bueno.
La segunda
lección se hizo evidente varias semanas después que finalicé el tratamiento. Me
dijeron que mi recuperación estaba yendo bien, pero a mí me parecía demasiado
lenta. Me preguntaba: “¿Cuándo me sentiré normal?” El proceso de sanación me
ayudó a recordar lo que estaba dentro de mi control y fuera de él. Con la
quimioterapia y radiación, las células buenas de la sangre son destruidas junto
con las malas. Un tsunami interno se había generado en mi cuerpo. Era necesaria
mucha reparación, limpieza y sanación. Necesité de siestas frecuentes para
renovar mi energía. Sin embargo, este ritmo más lento me llevó a ser más atento
y agradecido. En medio de una siesta, ¡a menudo recibía una idea creativa!
Gracias al
apoyo de mis amigos, quienes me decían que me veía bien, deseaba volverme más
fuerte y enérgico. Los médicos me dijeron que el sentirme mejor podría tomar
meses o aún más tiempo. Así que mi segunda lección fue la paciencia. Ser
paciente es dejar de lado los plazos autoimpuestos. Me di cuenta de que tenía
que dejar ir mi expectativa de lo que “debía” suceder y cuándo. La paciencia es
la forma más saludable de experimentar el desarrollo de nuestras vidas. Nos
enseña que no importa cómo nos sorprenda la vida, con lo bueno y lo no tan
bueno, tenemos la capacidad y el espíritu para manejarlo.
Mi tercera
lección apareció cerca del cuarto mes de mi recuperación. Yo sabía que mi
pronóstico era bueno. Estaba cada vez más fuerte y tenía todas las razones para
ser optimista y pensar que tenía muchos años de vida ante mí. Mas algo en mí
dijo: ¡No estás aquí para marcar tiempo! En cada uno de nosotros mora una
fuerza, un espíritu que desea surgir. Es el deseo de crear, de participar con
valentía en la vida. Decidí valorar mi vida y no permitir que la negatividad me
arrebatara mi imaginación y mis sueños.
SIEMPRE
UNIDOS EN EL AMOR, LA LUZ Y LA FE
NAMASTÉ
NAMASTÉ
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